San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, Pensamientos

Presentación

 

Cada obispo que Dios da a la Iglesia de Roma, como Supremo Pontífice y Pastor de la Iglesia universal, constituye un don de su amor, en orden a pastorear el 

La Iglesia tiene en santa Teresa de Jesús y en san Juan de la Cruz dos grandes modelos de santidad, y de entrega apostólica a la salvación de los hermanos. Teresa nació en Ávila en 1515, y falleció en Alba de Tormes en 1582. Juan de la Cruz nació en Fontiveros en 1542, y falleció en Úbeda en 1591.

Sin lugar a dudas, son dos figuras señeras de la espiritualidad cristiana. Con su vida santa, y sus escritos, han iluminado y nutrido la vida cristiana de tantas generaciones de fieles, a lo largo de los siglos. Ambos alcanzaron las cumbres más altas de la mística, de modo que son maestros indiscutidos de espiritualidad. No en vano, la Esposa de Cristo los proclamó Doctores de la Iglesia por la riqueza y profundidad de sus enseñanzas, así como por su santidad de vida.

En ellos resplandece el fulgor del Espíritu Santo, que enaltece la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, y llamado a ser hijo suyo en Cristo, hasta el extremo de quedar enriquecido en su naturaleza humana de modo insospechado, por el endiosamiento que se opera en virtud de la gracia divina.

Son figuras portentosas del pasado de la Iglesia, pero -al mismo tiempo- tienen una palabra que dirigir a los hombres y mujeres de hoy. A este propósito, conviene recordar -como algunos sostienen- que nuestra civilización camina sin rumbo, que va a la deriva... En efecto, tantas veces le falta el norte que dirija sus pasos hacia metas más altas y dignas del hombre, llamado a vivir en comunión con Dios, consigo mismo y con los hermanos.

En verdad, nuestro tiempo necesita de una guía, que marque su rumbo. Pero, quizá, a diferencia de otras épocas, la nuestra necesita más que de palabras y pregoneros, de testigos auténticos del Evangelio, que evidencien y testimonien su verdad, en orden a la credibilidad de los hombres.

En este marco, se sitúan las figuras egregias de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús. Ellos supieron ahondar -con radical entrega- en la profundidad del misterio divino, para transformados y recreados por la gracia del Salvador, ser los hombres de Dios, que testifican la verdad de Dios y la verdad del hombre.

A este propósito, conviene recordar aquellas palabras luminosas del Concilio en la Gaudium et spes, y luego en la Encíclica de san Juan Pablo II Redemptor hominis: "Cristo revela el hombre al hombre". Efectivamente, en Cristo, y por la virtud del Espíritu Santo, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz llegaron a alcanzar la unión con Dios, perfectiva y plenificante del ser humano: unión que todo lo transforma, vivifica y redimensiona.

Esta tarea que ellos realizaron, por la gracia divina, perdura. Su testimonio es una necesidad imperiosa de nuestro tiempo. Más todavía, cuando tantas veces se palpa el vacío de Dios, y la pérdida o negación de los valores morales esenciales a la persona humana, que arrastran irremisiblemente al hombre hacia la auto-destrucción.

Así pues, santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz son dos figuras marcadamente actuales, al tiempo que entrañables a nosotros cristianos. En ellos, el hombre moderno puede descubrir las inquietudes más profundas del corazón humano, así como la gracia y la misericordia de Dios en favor suyo.

En este marco, y cuando la Iglesia se halla comprometida en esa tarea -que es desafío- de llevar a cabo la nueva evangelización, estos testigos del Evangelio están llamados a fecundar la vida de nuestro tiempo.

La nueva evangelización, y lo que el Papa Francisco denomina Iglesia en salida, necesita más testigos veraces que palabras huecas y vacías.

Necesita del testimonio y acción de los santos de ayer, y de los de hoy..., llamados a marcar el rumbo del Pueblo de Dios. Como manifestó san Pablo VI, "los santos son los que más han hecho por la Iglesia". Su coherencia de vida es lo que la mejora, la hace más creíble, y realiza eficazmente (aunque tantas veces sea callada y ocultamente) su misión propia... ¡La Iglesia necesita de los santos! Los frutos de la evangelización -aunque, en última instancia, sean don del Espíritu         Santo-, dependen en gran medida de la santidad de sus miembros y apóstoles.

Por esto mismo, como bien destacó el concilio Vaticano II, la renovación de la Iglesia depende de la santidad de sus hijos: la santidad es la clave de lectura del Concilio, y de la misma realización de la Iglesia. De aquí la importancia del testimonio de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús, para los hombres de nuestro tiempo.

A este objeto, como notó san Juan XXIII -al convocar el Concilio- pretendía que éste fuera una «primavera para la Iglesia». Esta es «don de Dios»: la renovación de la Iglesia exige una nueva efusión pentecostal. Esto precisa que todos sus hijos den en sus vidas más espacio a Dios, a la acción del Espíritu Santo derramado en los corazones por el Bautismo, y se nieguen generosamente a los sucedáneos de una civilización tantas veces construida bajo el influjo del "espíritu del mundo" (cf. 1 Cor 2,12), como advirtió hace años san Juan Pablo II en la Carta a los Sacerdotes en el Jueves Santo (10-3-1991, n.3d).

Confío que a este fin sirva este libro, que presenta en forma concisa y asequible, las enseñanzas de ambos Doctores y místicos. El fin intentado ha sido ponerlos más fácilmente al alcance de cuantos integran la Iglesia, en orden al enriquecimiento de la propia vida espiritual, razón última de la que depende la renovación del hombre y de la entera sociedad.

Santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz -entiendo- pueden ayudarnos eficazmente a penetrar en lo más profundo del misterio de Dios, para en comunión con Él, llevar a cabo la nueva evangelización.



ÍNDICE

  

Datos biográficos
 
 Abandono en Dios: 1-5.
 
Alegría: 74, 77.
 
Amor: 6-40, 41, 115, 143, 254.
 
Apostolado: 41-43.
 
Ascesis: 44-63, 77, 78, 100.
 
Caridad: 64, 7, 8, 13, 113, 184, 227, 236.
 
Cielo: 6, 10, 36, 258.
 
Confianza: 65-66, 222.
 
Corrección fraterna: 67.
 
Cristo: 68-72, 80, 245.
 
Cruz: 73-77, 68, 80, 85, 246, 252.
 
Demonio: 78.
 
Desasimiento: 79-86, 17, 44, 46-49, 58, 93, 94, 96, 105, 107,         111, 112, 272.
 
Desprendimiento: 87-114, 16, 17, 37, 53, 58, 79-81.
 
Dios: 115, 87, 142-144, 176, 177.
 
Dirección espiritual: 116-130.
 
Entrega a Dios: 131-136, 18, 22, 61.
 
Espíritu Santo: 137, 154, 167.
 
Examen de conciencia: 138.
 
Fe: 139-144.
 
Felicidad: 145.
 
Filiación divina: 146-148.
 
Fortaleza: 69, 77.
 
Generosidad: 149.
 
Gloria de Dios: 150.
 
Gracia divina: 151-171, 27, 49, 53, 62, 78. 87, 177, 255.
 
Hombre, ser humano: 172-179.
 
Humildad: 180-185, 78, 79, 113, 222, 243, 248, 272.
 
Iglesia: 186.
 
Liturgia: 186.
 
Mansedumbre: 187, 248.
 
Materialismo: 188-189.
 
Mortificación: 190-200, 40, 51, 52, 59, 61, 80, 83, 96, 98, 236.
 
Muerte: 6, 15, 19, 62.
 
Mujer, ser humano: Ver en Hombre, ser humano
 
Murmuración: 201-202.
 
Obediencia: 203-206, 117, 181.
 
Oración: 207-214, 3, 43, 70, 78.
 
Paz: 215.
 
Pecado: 216-222, 19, 155, 168, 230.
 
Perdón: 223.
 
Pobreza: 224, 79, 97, 110, 131, 215.
 
Presencia de Dios: 225.
 
Prudencia: 226-229, 236
 
Rectitud de intención: 230-233.
 
Religiosos contemplativos: 234-235.
 
Sabiduría: 236-238.
 
Salvación: 239-241, 10, 170.
 
Santidad: 242-248, 235.
 
Santísima Trinidad: 38, 53, 164, 241.
 
Temor de Dios: 249, 21, 65.
 
Tentación: 78, 139.
 
Tibieza: 250.
 
Unión con Dios: 251-264, 22, 24, 28, 31-33, 35, 38, 48, 50, 55,      58-63, 98, 99, 102, 109, 142, 148, 154, 166, 167, 219, 244,         247.
 
Vanidad: 265-267, 65, 79, 87.
 
Vida: 14, 20, 174.
 
Virtudes: 268-273, 84, 251.
 
Voluntad de Dios: 274-277 , 40, 104, 234, 253.


Precio: 21.84 €