La corrección fraterna

Índice
  • Introducción
  • Necesidad humana
  • Necesidad de los cristianos
  • Signo de fraternidad humana y cristiana
  • La corrección fraterna, imperativo divino
    • a) En el Antiguo Testamento
    • b) En el Nuevo Testamento
  • La práctica de la corrección fraterna ha acompañado la vida de la Iglesia
  • Ejercicio de virtudes
    • a) Virtudes humanas
    • b) Virtudes cristianas
  • Vida cristiana y corrección fraterna
  • Modo de practicar la corrección
  • Modo de recibir la corrección fraterna
  • ¿En qué hay que corregir?
  • Deber de hacer corrección
  • La corrección fraterna, arma apostólica
  • Santidad cristiana y corrección
  • Elemento integrante de la lucha ascética
  • Mejora nuestras vidas
  • Mejora la vida de la sociedad y de la Iglesia
  • Alegría cristiana
  • Agradecimiento
  • El fruto de la corrección depende de la gracia
  • Y de nuestra correspondencia...
  • Introducción

        La vida cristiana es inmensamente rica en dimensiones, virtudes y realidades sobrenaturales, al mismo tiempo que profundamente humanas. Precisamente, para vivir auténtica vida cristiana es preciso desarrollar la ascética propia, para alcanzar lo más acabadamente posible la identificación con Jesucristo, modelo perfecto de humanidad y de santificación. Toda empresa humana, cualquier actividad que podamos emprender, exige esfuerzo y sacrificio. Indudablemente, habrá que poner en práctica los medios conducentes para obtener el objetivo propuesto. Es como el deportista que, para batir un récord, se priva de tantas y tantas cosas (no digo "malas", incluso siendo lícitas, pero que no le son convenientes), y que prueba y tensa sus músculos con severos y constantes ejercicios de gimnasia... Todo para obtener el premio, la medalla tan ansiada...

        Nosotros, los cristianos, no vamos tras un galardón temporal, ni buscamos una corona que ciña nuestras sienes. Hemos nacido de Dios, y somos hijos suyos, y para Él queremos vivir. Toda nuestra vida ha de ser una ofrenda de amor, movidos por la caridad sobrenatural que Dios ha infundido en nuestras almas (cf. Rm 5,5), y que hace activa nuestra fe en orden a alcanzar la vida eterna, que es el gran anhelo de nuestros corazones. Por esto realizamos tantos y tantos sacrificios, tantas renuncias, porque vamos tras un ideal que lo merece, para así hacernos con el tesoro eterno de nuestra feliz y bienaventurada inmortalidad.

        Sabemos, por experiencia propia, según sea nuestra vida espiritual, de los años transcurridos desde que emprendimos el seguimiento del Señor, siguiendo las huellas de Cristo. Pese a la dificultad del camino recorrido, tenemos la convicción de que ese esfuerzo de amor por seguir al Maestro no cansa ni fatiga, pues el amor lo vivifica e inspira, de forma que realizamos con la mayor naturalidad cuanto exige nuestra vocación cristiana. Como la madre que se sacrifica constantemente por atender a sus hijos, que no cesa de trabajar y de realizar mil cosas por ellos, que renuncia a lo que más le gusta y apetece. Y, sin embargo, tiene la impresión de no estar realizando un "sacrificio enorme"... Es más, ni siquiera se da cuenta de que se está sacrificando, porque el amor inspira y mueve su vida...

        Nosotros, al comprometer nuestra vida en el seguimiento del Redentor de nuestras almas, alcanzamos la madurez de la persona humana y nuestra plenitud en Cristo. Así lo enseñó el concilio Vaticano II al afirmar que: «Cristo revela el hombre al hombre» (Gaudium et spes, 22). Y, para que el hombre se asemeje al Redentor es preciso la gracia divina y la lucha ascética adecuada, como señaló el Señor: El reino de Dios es de los que se hacen violencia (Mt 11,12). Luchando, tratando de mejorar nuestra vida, y de conformarla con la de Jesucristo, es como alcanzamos nuestra perfección humana y cristiana.

        Precisamente, es en este contexto donde se sitúa la realidad y la práctica de la corrección fraterna, que tiene un carácter evangélico (ya vivida en el Antiguo Testamento, aunque no en su perfección, pues todavía no había sido enviado el Espíritu Santo, y la caridad estaba lejos de vivirse como en la plenitud evangélica).

        No obstante, hemos de señalar que, quizá, sea una práctica que, con el correr de los siglos, había quedado un tanto olvidada, o por lo menos no se vivía en todo su realce en cuanto ejercicio de caridad, y medio eficacísimo de santificación. No obstante, hay que afirmar que siempre se ha hecho corrección fraterna, pues -como tendremos ocasión de considerar seguidamente- se trata de un medio ascético sobrenatural, que al mismo tiempo es profundamente humano.

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