AÑO DE LA FE
Vivimos en medio de
un mundo sobrecargado de gravísimos problemas. No solamente religiosos y
morales, también sociales y políticos, humanos… ¡Y no digamos económicos!...
Si consideramos las
noticias que recibimos a diario, podríamos concluir que la vida del hombre
sobre la tierra es dramática, profundamente marcada por el sufrimiento y las
injusticias: son tantos los homicidios que se perpetran a diario, el flagelo de
las guerras y el terrorismo, las vejaciones de los derechos humanos más esenciales,
como el terrible holocausto del aborto y demás crímenes contra la vida…
Nuestro mundo está
muy atormentado. Son millones y millones las personas que carecen de pan para
subsistir, que no encuentran el agua necesaria para saciar su sed, que no conocen
la existencia de las medicinas para combatir enfermedades hace ya tiempo erradicadas
en Occidente… Mientras una pequeña parte de los habitantes que pueblan el globo
terráqueo viven en la opulencia, y su preocupación principal es cómo adelgazar,
la inmensa mayoría de la población mundial sucumbe de hambre, sin saber qué
tendrán hoy para llevarse a la boca…
Y después de nuestras
pinceladas sobre este mundo, que tanto amamos, quizá el lector se pregunte: ¿Y
qué tiene que ver eso con la fe?... En apariencia poco o nada, dirían muchos…
Pero los que, por la gracia de Dios hemos llegado a ser creyentes
(personalmente tengo el gozo inmenso de ser sacerdote de Jesucristo en su
Iglesia), sabemos bien que donde no está Dios, enseguida el hombre se degenera.
Lo mismo podríamos
decir de la ciudad temporal, de la sociedad moderna en la que estamos inmersos:
si Dios no permea las estructuras temporales –lo cual, por supuesto, no
significa que de la calle haya que hacer un templo, ni que los curas pasen a
ser dirigentes políticos o sindicales…-, el desorden y el caos social afloran
prontamente. Lo dice el mismo Dios, por medio del autor sagrado, como
advirtiendo a los humanos en la Sagrada Escritura: Si el Señor no construye la ciudad, en vano se afanan los albañiles
(Sal 127,1)…
Para que el hombre se
realice en plenitud, conforme a su verdad personal –como ser humano, criatura
de Dios-, debe estar unido a Él por medio de la fe. Por la fe el hombre es
justificado: Dios pasa a morar en él como en un templo y los pecados son perdonados,
al tiempo que el Señor enriquece el alma con toda clase de gracias y dones
sobrenaturales. Además –como escribe el hagiógrafo-, sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6).
Contando con este don
magnífico e inmerecido (¡no hay forma humana posible de agradecerlo a Dios
adecuadamente!), es como el hombre está en disposición de santificarse y de
santificar cuantas realidades pasen por sus manos: el mundo del trabajo y de la
educación, la economía y la política, la cultura y la ciencia, las relaciones
interhumanas más diversas, pasando por la amistad hasta llegar a la entrega
amorosa en el matrimonio y la familia… Por eso, si de verdad soñáramos con un
mundo mejor, con un mundo que haga honor al hombre y a sus aspiraciones más
auténticas, tendríamos que concluir necesariamente que: ¡es urgente volver a
Dios, redescubrir la fe, vivirla en profundidad, entregarse a Dios en amor y
justicia sirviendo a nuestros hermanos!…
Tarea esta muy
necesaria en nuestro tiempo, cuando ingentes estratos de la humanidad han caído
en el ateísmo y en la increencia, también en la secularización y el laicismo,
que llevan a lo anterior o son consecuencia de ello… Nuestro tiempo lo demanda,
pues cada día aumenta la indiferencia religiosa, o lo que podríamos denominar
“pasotismo”… El problema ya no está en que el hombre vive como si Dios no
existiera, sino en que ni siquiera se plantea la cuestión…
La Iglesia –enviada
por el Señor Jesús- a evangelizar el mundo entero es lo que ha hecho siempre:
anunciar la salvación del Señor (gracias al misterio pascual, de su muerte y
resurrección), llamando a los hombres a la conversión de los pecados e
invitándoles a abrazar la fe, ¡que nos santifica y nos llevará a la eterna
salvación!...
Pero el drama
profundo de nuestro tiempo es que, en gran medida, los hombres “hacen oídos
sordos” a este llamamiento. Más todavía en los países de antigua tradición
cristiana, en los que muchos “están de vuelta”: como si lo supieran todo, “como
si lloviera sobre mojado” se muestran escépticos, desatentos, distraídos,
ajenos…, ¡no interesados, incluso despreciadores!...
Ante esta situación
tan preocupante para el mundo cristiano y para el futuro de la humanidad, el
Papa Benedicto XVI, por medio de la Carta apostólica Porta Fidei (11-10-2011) ha convocado a la Iglesia universal a
celebrar el Año de la Fe, con motivo
del 50 aniversario de la inauguración del concilio Vaticano II. Año que comenzará el 11 de octubre de
2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013, solemnidad de Cristo Rey del
Universo.
Queriendo contribuir
de alguna manera a este importantísimo objetivo pastoral, en este libro, además
de recoger las enseñanzas del Pontífice sobre la fe (pronunciadas a lo largo
del Pontificado) y la Carta Apostólica mencionada, recogemos en primer lugar -¡no
podía ser de otra manera!- el llamamiento de Jesucristo a vivir la fe, de forma
que la hagamos alma de nuestra vida y la traduzcamos con sabiduría y
generosidad en obras de auténtica vida cristiana. También, considerando que los
Apóstoles del Cordero son los grandes maestros de la fe, recogemos sus
enseñanzas. Ellos predicaron con gran generosidad el Evangelio de la salvación,
sembrando el mundo entero de la Palabra de Vida; siembra que en escasos años
floreció por doquier, hasta transformar lo que era un mundo pagano en un mundo
nuevo, cristiano.
Esperemos que, con la
intercesión de Jesucristo y la asistencia del Espíritu Santo, además de la
oración maternal de María y de todos los ángeles y santos de Dios, el Padre
celestial bendiga nuevamente a nuestro mundo, ¡tan necesitado de Dios!...
Pedro
Jesús Lasanta
Logroño, 3 de julio
de 2012, festividad de santo Tomás, el Apóstol incrédulo, que acabó siendo un
gran creyente y mártir del Señor Jesús.
B. EN EL ÁMBITO DE
LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES: 486-495.
C. EN EL ÁMBITO
DIOCESANO: 496-505.
D. EN EL ÁMBITO DE
LAS PARROQUIAS / COMUNIDADES / ASOCIACIONES / MOVIMIENTOS: 506-515.
CONCLUSIÓN: 516.
PRESENTACIÓN
A.
LOS FUNDAMENTOS DE NUESTRA FE
I. JESUCRISTO NOS HABLA DE LA FE: 1-149.
II. LOS APÓSTOLES,
TESTIGOS DE LA FE: 150-304.
B. ENSEÑANZAS DE LA SANTA IGLESIA
I. El SANTO PADRE NOS
HABLA DE LA FE: 305-448.
* Grandeza de la fe,
don divino: 305-344.
* Conexión con otras
virtudes: 345-354.
* Dificultades para
creer: la crisis de fe: 355-374.
* Importancia de la
fe: 375-388.
* Fe-cultura:
389-393.
* Fe-razón: 394-430.
* Para suscitar la fe
presentar testimonios convincentes en la comunión de la Iglesia: 431-438.
* El Año de la Fe:
439-447 bis.
* Aprender de María:
448.
II. ANEXOS
I. Carta apostólica
de Benedicto XVI: Porta fidei: 449-470.
II. Nota de la
Congregación para la Doctrina de la Fe: Indicaciones
pastorales para el Año de la Fe: 471-516.
Consideraciones
previas: 471-474.
INDICACIONES: 475.
A. EN EL ÁMBITO DE
IGLESIA UNIVERSAL: 476-485.