Presentación

Tengo el gusto de presentar al lector este libro sobre san María Rafael, que fue su nombre de vida monástica, más popularmente conocido como Hermano Rafael.

Llama poderosamente la atención cómo en tan escasos años de vida (nació el 9 de abril de 1911, y falleció el 26 de abril de 1938, recién cumplidos los 27 años), alcanzó la santidad.

Su vida por este mundo pasó como una estrella fugaz. Joven de inteligencia preclara, comenzó los estudios de arquitectura, para los que estaba bien dotado. Ante su mirada se dibujaba un futuro prometedor en el campo profesional, además de ser un joven de profundas convicciones cristianas.

¡Pero el Señor Jesús le cambió los planes!... ¡Y él se entregó generosamente a cuanto le pedía!... Todo comenzó con una visita rutinaria al Monasterio Cisterciense de San Isidro de Dueñas, en la provincia de Palencia. Allí sintió, en el interior del alma, que era el lugar donde Jesucristo quería que se entregara a su amor. Su decisión fue pronta y generosa.

Una vez admitido, cuando todo era gozo y alegría espiritual –fruto de su amor al Señor y a su Bendita Madre, la Virgen Santísima (a la que amó con gran ternura y confianza filial), sobrevino algo totalmente inesperado. Una enfermedad grave y de difícil tratamiento: la diabetes sacarina.

Evidentemente, esto iba a suponer un gravísimo obstáculo, si no un impedimento insalvable, dado el rigor de vida de los monjes cistercienses, entregados a una vida de intensa oración y de dura penitencia.

De ahí que –en un tono simpático, aunque sufriendo por ello y aceptando al mismo tiempo la voluntad de Dios- comentara más o menos: “Vine del mundo (entiéndase en el lenguaje monástico la sociedad civil), me trajiste Señor a la Trapa, y nuevamente me llevas al mundo”…

No obstante, pese a las pruebas y dificultades que hubo de vencer, fue admitido como Oblato Trapense, siendo considerado –aunque no fuera propiamente un monje- miembro de la familia cisterciense…

En su breve estancia en el Monasterio de Dueñas, e interrumpida en varias ocasiones, acreditó un espíritu de profunda humildad, sabiendo llevar con paz y alegría las graves contradicciones de la enfermedad. Todo ello, vivido desde la filiación divina, en forma de infancia espiritual y total abandono y confianza en Dios. De ahí que no le faltara jamás una visión optimista y esperanzada de la vida, fruto de su vida de unión con Dios.

El Señor Jesús puso en su corazón la inclinación a escribir, cosa que hizo pensando que de esa forma podía verter lo que llevaba en el alma y, quizá, ayudar a sus hermanos cristianos en la fe.

A resultas de esto nos ha dejado unos escritos enjundiosos, repletos de sabiduría espiritual y alcance místico. Quien se anime a emprender su lectura, quedará fascinado, tal como pretendemos animar a ello –de una forma sencilla y asequible a toda clase de cristianos- con este libro.